Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
Hay cifras que nos dejan un frío en el alma del que cuesta
reponerse. Aún más si las víctimas son niños como es el caso. Un reciente
informe del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) indica que, uno
de cada tres menores de cinco años, no cuenta con registro de nacimiento, lo
que conlleva su inexistencia; y, en consecuencia, el no acceso a servicios
básicos de salud y educación y otras garantías humanas. Por tanto, ya desde el
propio nacimiento se generan desigualdades inconcebibles en un mundo, en el que
cada día más quien gobierna es el dinero, al que no le importa aniquilar almas,
porque lo que interesa en la ley del más fuerte es el horizonte a explotar.
Como consecuencia de este nuevo salvajismo que nos inunda,
donde todo se relativiza a la dictadura de las finanzas y al afán de poder, el
que existan seres humanos en desventaja social, apenas nos altera, puesto que
ya no soltamos ni una lágrima ante el drama de los demás, ni nos compadecemos
del mal ajeno, vivimos en el puro egoísmo y en la más fría indiferencia. De lo
contrario, estos datos, que por cierto también la tasa de inscripción más baja
se da entre personas socialmente desfavorecidas, nos haría reflexionar, y
veríamos la manera de mejorar dichos registros de nacimiento, comenzando porque
sea un trámite gratuito y confidencial en todo el planeta.
Seguimos ahondando en las cantidades. El año pasado, en todo
el mundo, sólo alrededor del 60% de todos los bebés nacidos fueron registrados
al nacer. Hay una alarmante 40% sin derecho alguno, que no cuenta socialmente,
lo que facilita el tráfico comercial de explotación sexual, de trabajos
peligrosos, de mercadería fácil en definitiva. Téngase en cuenta, que todo
tiene un precio en este orbe actual, y los niños son presa cómoda para todo
tipo de negocio. Por desgracia, la esclavitud reaparece en manifestaciones
modernas con un empuje que resulta verdaderamente desesperante. Suelen valerse
de la ignorancia y de la inocencia. Se debe y se puede combatir ese atraso con
más ayuda para el desarrollo. El que niños de países pobres no se registren nos
afecta a todos, es un fenómeno global, y como tal debe combatirse con armas
políticas verdaderamente globalizadoras.
La combinación de pobreza y de relaciones familiares
frágiles, hace que los niños, máxime si no están ni registrados, se conviertan
en un producto más del mercado. Sin duda, el registro al nacer y el certificado
de nacimiento son fundamentales para que se impidan este tipo de tropelías y
para que cualquier ser humano pueda desarrollar su potencial de vida, contando
con sus derechos inherentes de ciudadano. Sabemos que los más afectados son los
niños de las zonas rurales y de minoría étnica, pero la sociedad no puede
fallarles, no puede impedir que la especie deje de reconocer a los más
vulnerables, y permita el abuso de tantas vidas inocentes. No podemos caer tan
bajo. Nuestra negligencia, pasividad o insensibilidad, convierte a los seres
humanos en objeto, en seres a los que se puede usar, abusar y, luego, desechar.
Increíble, pero tan real como que el dinero es la llave que abre todas las
puertas.
Para esos niños no inscritos, que se encuentran totalmente
indefensos, sin dignidad, nada tiene sentido. Habiendo perdido el punto que les
daba identidad, al final no serán de nadie y se sentirán extraños en un mundo
que no es el suyo, porque no sólo se les ha negado a ser inscritos
inmediatamente después de su nacimiento, con derecho desde que nace a un
nombre, a adquirir una nacionalidad, a sentirse vivo en definitiva. No hay nada
más triste que crecer y no ser reconocido por tus semejantes, en el registro de
amaneceres, que es lo que da continuidad a la especie humana. Esta es nuestra
obligación hacia el niño, ayudar a conseguir la luz y ponerle en nuestro
camino, es uno de los nuestros, y todos nos merecemos formar parte de la cadena
humana, cada uno con su camino, pero dentro del eslabón de persona.