Escribe Patricio Díaz.
Partido Solidario Nuevo EncuentroUnidos y Organizados.
A esta altura del partido respecto de la discusión por la suba de precios debería estar claro que hay dos caminos por dónde abordar la cuestión. Por el lado de la oferta o por el lado de la demanda. Nada de las tonterías demagógicas que repetía en campaña el referente de turno del alcalde local. Eso de poner metas de inflación suena muy lindo pero no dice que para alcanzar la meta propuesta hay que instrumentar acciones, y esas acciones tendrán que ver con lo que cada uno considere como causas de los incrementos. Lo demás es pensamiento mágico.
El más sencillo de los caminos es el que va por el lado de la demanda. Sólo habría que apreciar el tipo de cambio, permitir más importaciones de productos de góndola, suspender las paritarias, congelar sueldos, jubilaciones y asignaciones sociales y si fuese necesario recortar los salarios. De ese modo un menor poder de compra retraería el consumo y las empresas para vender bajarían los precios. Eso dejaría tranquila a mucha gente y el tema desaparecería de las tapas de algunos diarios. Claro que habría consecuencias y no es difícil imaginarlas porque ya las vivimos.
Para los que pensamos que la suba de precios responde a la puja distributiva entre oferentes y demandantes, está claro que si los salarios y asignaciones se recuperan de vez en cuando y continúa habiendo inyecciones de dinero en el mercado vía intervención pública, los empresarios ávidos de más ganancias a cualquier costo siempre subirán los precios, pues encontrarán del otro lado del mostrador consumidores con poder de compra.
Esto pasa porque la lógica capitalista es la de maximizar las ganancias; porque Argentina es un país cuya producción y comercialización de bienes de consumo está muy concentrada en pocas firmas, porque el estado históricamente siempre ha sido permisivo en esta materia y porque los consumidores argentinos compramos mucho en los supermercados, no estamos movilizados y nos resulta mucho más fácil criticar al presidente de turno por los aumentos que reflexionar frente a las góndolas.
Los pocos productores de pan lactal, fideos, azúcar, galletitas no tienen ninguna razón para bajar los precios, si del otro lado encuentran consumidores que siguen comprando (por las recomposiciones salariales) y la inexistencia de competencia no pone en peligro sus ventas. Porque su objetivo es ganar más dinero acosta de cualquier cosa. Esta situación uno puede corroborarla en las góndolas. Los descuentos y promociones de hasta un setenta por ciento en la segunda unidad que hacen los supermercados nos debería llevar a reflexionar ¿con qué márgenes trabajan? Dicen que si la limosna es grande hasta el santo desconfía. ¿Será que los grandes productores y supermercados están resignando ganancias para captar más clientes?
Hay un supermercado con presencia en Junín que se jacta de la concentración empresaria de la que forma parte. Ofrece una tarjeta que otorga descuentos en todas las firmas de su grupo, lo cual atenta contra la idea de un mercado competitivo. Una idea que los empresarios siempre defendieron.
¿Después de tanta transformación lograda, reformas planteadas y debates instalados, no será hora de meterse con este asunto?
Insistir con un proyecto de ley de reparto de ganancias con los trabajadores obligaría a abrir los balances de las empresas y saber a ciencia cierta si los aumentos de precios se deben a incrementos de costos o a aumentos de voracidad.
También una reforma impositiva más progresista ayudaría en este sentido. Se debería alentar que el incremento de ganancias fuera lícito cuando hay inversión, innovación, aplicación de nuevas tecnologías o invenciones, no cuando impunemente se aumentan los precios de algo de primera necesidad sobre productos en los que el consumidor no tiene elección.
Así como la ley de servicios audiovisuales no permite a un grupo tener más de un determinado número de licencias, en este tema debería pasar lo mismo. ¿Por qué un mismo grupo puede tener varias firmas de supermercados, centros comerciales y cuanto se le ocurra y manejar los precios a su antojo? ¿Y el bien común?
Cierro esta nota pensando que en el primer mundo, al que mucha gente mira, y ahora se cae a pedazos por las políticas aplicadas, en 2004 la Comisión Europea declaró culpable a la empresa de Bill Gates por quebrantar las leyes antimonopolio de la UE al no compartir la información de interoperatividad con Windows al resto de empresas del sector.
Partido Solidario Nuevo EncuentroUnidos y Organizados.
A esta altura del partido respecto de la discusión por la suba de precios debería estar claro que hay dos caminos por dónde abordar la cuestión. Por el lado de la oferta o por el lado de la demanda. Nada de las tonterías demagógicas que repetía en campaña el referente de turno del alcalde local. Eso de poner metas de inflación suena muy lindo pero no dice que para alcanzar la meta propuesta hay que instrumentar acciones, y esas acciones tendrán que ver con lo que cada uno considere como causas de los incrementos. Lo demás es pensamiento mágico.
El más sencillo de los caminos es el que va por el lado de la demanda. Sólo habría que apreciar el tipo de cambio, permitir más importaciones de productos de góndola, suspender las paritarias, congelar sueldos, jubilaciones y asignaciones sociales y si fuese necesario recortar los salarios. De ese modo un menor poder de compra retraería el consumo y las empresas para vender bajarían los precios. Eso dejaría tranquila a mucha gente y el tema desaparecería de las tapas de algunos diarios. Claro que habría consecuencias y no es difícil imaginarlas porque ya las vivimos.
Para los que pensamos que la suba de precios responde a la puja distributiva entre oferentes y demandantes, está claro que si los salarios y asignaciones se recuperan de vez en cuando y continúa habiendo inyecciones de dinero en el mercado vía intervención pública, los empresarios ávidos de más ganancias a cualquier costo siempre subirán los precios, pues encontrarán del otro lado del mostrador consumidores con poder de compra.
Esto pasa porque la lógica capitalista es la de maximizar las ganancias; porque Argentina es un país cuya producción y comercialización de bienes de consumo está muy concentrada en pocas firmas, porque el estado históricamente siempre ha sido permisivo en esta materia y porque los consumidores argentinos compramos mucho en los supermercados, no estamos movilizados y nos resulta mucho más fácil criticar al presidente de turno por los aumentos que reflexionar frente a las góndolas.
Los pocos productores de pan lactal, fideos, azúcar, galletitas no tienen ninguna razón para bajar los precios, si del otro lado encuentran consumidores que siguen comprando (por las recomposiciones salariales) y la inexistencia de competencia no pone en peligro sus ventas. Porque su objetivo es ganar más dinero acosta de cualquier cosa. Esta situación uno puede corroborarla en las góndolas. Los descuentos y promociones de hasta un setenta por ciento en la segunda unidad que hacen los supermercados nos debería llevar a reflexionar ¿con qué márgenes trabajan? Dicen que si la limosna es grande hasta el santo desconfía. ¿Será que los grandes productores y supermercados están resignando ganancias para captar más clientes?
Hay un supermercado con presencia en Junín que se jacta de la concentración empresaria de la que forma parte. Ofrece una tarjeta que otorga descuentos en todas las firmas de su grupo, lo cual atenta contra la idea de un mercado competitivo. Una idea que los empresarios siempre defendieron.
¿Después de tanta transformación lograda, reformas planteadas y debates instalados, no será hora de meterse con este asunto?
Insistir con un proyecto de ley de reparto de ganancias con los trabajadores obligaría a abrir los balances de las empresas y saber a ciencia cierta si los aumentos de precios se deben a incrementos de costos o a aumentos de voracidad.
También una reforma impositiva más progresista ayudaría en este sentido. Se debería alentar que el incremento de ganancias fuera lícito cuando hay inversión, innovación, aplicación de nuevas tecnologías o invenciones, no cuando impunemente se aumentan los precios de algo de primera necesidad sobre productos en los que el consumidor no tiene elección.
Así como la ley de servicios audiovisuales no permite a un grupo tener más de un determinado número de licencias, en este tema debería pasar lo mismo. ¿Por qué un mismo grupo puede tener varias firmas de supermercados, centros comerciales y cuanto se le ocurra y manejar los precios a su antojo? ¿Y el bien común?
Cierro esta nota pensando que en el primer mundo, al que mucha gente mira, y ahora se cae a pedazos por las políticas aplicadas, en 2004 la Comisión Europea declaró culpable a la empresa de Bill Gates por quebrantar las leyes antimonopolio de la UE al no compartir la información de interoperatividad con Windows al resto de empresas del sector.