El equipo de Avellaneda cayó 2-0; el local jugó mejor y derrotó a un Rojo sin ideas que llegó a los ocho partidos sin victorias y comparte el tercer puesto con Instituto. MIRA LOS VIDEOS DE LOS GOLES DE LOPEZ Y DE CACHEIRO
Indendiente es un equipo vencido. Un conjunto derrotado. Juega con las piernas cansadas, como si le pesaran las medias. Juega con la mirada extraviada en las viejas gloriosas vitrinas coperas, sin percatarse de que el presente es una realidad irreconocible. No lo puede creer, todavía, Independiente. Esto que le está pasando: que trastabilla en la primera B Nacional, que cualquier adversario le saca pecho, que se mantiene en puestos de ascenso, literalmente, de casualidad. Porque el resto es tan irregular como su propio juego. Instituto acaba de alcanzar a Independiente en la tercera posición, pero no va a ser el único si sigue mareado como está hoy: lo pueden superar algunos más. Anoche dio otra muestra de que está perdido: cayó por 2 a 0 contra Sarmiento, otros de los elencos que pueden dar pelea, ya que está a dos unidades. Son ocho partidos sin ganar, cuatro y cuatro.
A Independiente no sólo le duele la cabeza: el cuerpo todo está herido. Ni Omar De Felippe, un buen conductor que provocó algo de alivio en la parte final de 2013, entiende el contexto. Se puede ir hoy, mañana o pasado. Ya amagó con una renuncia, pero el mundo rojo (dirigentes, jugadores) le pidió que se quedara. No es, en realidad, el problema exclusivo: Independiente debe hacer, cuanto antes, una pequeña gran revolución interna. Sin armas, con ideas.
Sarmiento se dio cuenta de todo demasiado rápido. En su casa, con su gente, es un reducto complejo para el más pintado. Suele ganar, suele dañar a sus adversarios, con una presión asfixiante y una voluntad arrolladora. No le sobra nada al noble equipo de Junín. Tiene lo indispensable: amor propio a prueba de desesperanza. Cuando anda de capa caída, se recupera. Cuando aplaza, se recompone. La derrota por 3-0 contra Ferro fue un espejismo: Sarmiento va al frente contra sus propios temores, típicos de la humildad del pago chico.
Apenas empezado el partido, Sarmiento avanzó con decisión. Un zurdazo de Nicolás Sánchez golpeó un poste. Al rato, la apertura del marcador: otro zurdazo, desde afuera, de Ramiro López, fue inalcanzable para el Ruso Rodríguez. El balón apenas rozó en Tula: ni eso le sale a Independiente.
Pudo definirlo rápido Sarmiento, pero sufre de pecados de juventud, de inexperiencia en el fútbol grande. Prefirió ser, por momentos, un espejo de su gran adversario, hoy borroso y laberíntico. Nadie agarró la pelota. Ninguno la capturó, la abrazó, la conquistó. Nadie levantó la mano: el aula roja, en silencio. Ni Montenegro, con su ascendencia, ni Pisano, con su juventud, ni Insúa, más tarde, con su experiencia. Para peor, Tula volvió a pasarse de revoluciones. Otra expulsión. Con todo en contra, Independiente mostró un tibio orgullo.
Pocho entró entre pesadillas: un balón perdido por él encontró mal parado a Independiente. De zurda, Ignacio Cacheiro creó un golazo de lunes feriado por la noche. Una joya que cerró el partido. Atención a todos: Sarmiento está vivo.
Independiente, en cambio, está de rodillas. No lo salva De Felippe, que en cualquier momento pega el portazo. No lo salvan los viejos caudillos, no lo salvan las jóvenes promesas. Desangrado en lo institucional, sin un peso partido por la mitad, recortada la esperanza al límite de lo que sugiere el diccionario, el viejo Rey de Copas está a punto de venderlo todo. No tiene un mango, ni en la tesorería ni en el campo de juego. Debe, cuanto antes, darse cuenta de en dónde está parado. Es la única manera de empezar a volver.
La mala racha del Rojo. Independiente alcanzó los ocho partidos sin victorias. Boca Unidos (1-1), Aldosivi (0-0), Atlético Tucumán (1-3), Independiente Rivadavia (1-2), Huracán (0-1), Banfield (3-3), Villa San Carlos (0-0) y Sarmiento (0-2) fueron los rivales a los que el conjunto de Avellaneda no pudo vencer. El último éxito data del 9 de febrero, cuando el Rojo venció 2-1 a Brown de Adrogué.
(Fuente: Diario La Nación)
Indendiente es un equipo vencido. Un conjunto derrotado. Juega con las piernas cansadas, como si le pesaran las medias. Juega con la mirada extraviada en las viejas gloriosas vitrinas coperas, sin percatarse de que el presente es una realidad irreconocible. No lo puede creer, todavía, Independiente. Esto que le está pasando: que trastabilla en la primera B Nacional, que cualquier adversario le saca pecho, que se mantiene en puestos de ascenso, literalmente, de casualidad. Porque el resto es tan irregular como su propio juego. Instituto acaba de alcanzar a Independiente en la tercera posición, pero no va a ser el único si sigue mareado como está hoy: lo pueden superar algunos más. Anoche dio otra muestra de que está perdido: cayó por 2 a 0 contra Sarmiento, otros de los elencos que pueden dar pelea, ya que está a dos unidades. Son ocho partidos sin ganar, cuatro y cuatro.
A Independiente no sólo le duele la cabeza: el cuerpo todo está herido. Ni Omar De Felippe, un buen conductor que provocó algo de alivio en la parte final de 2013, entiende el contexto. Se puede ir hoy, mañana o pasado. Ya amagó con una renuncia, pero el mundo rojo (dirigentes, jugadores) le pidió que se quedara. No es, en realidad, el problema exclusivo: Independiente debe hacer, cuanto antes, una pequeña gran revolución interna. Sin armas, con ideas.
Sarmiento se dio cuenta de todo demasiado rápido. En su casa, con su gente, es un reducto complejo para el más pintado. Suele ganar, suele dañar a sus adversarios, con una presión asfixiante y una voluntad arrolladora. No le sobra nada al noble equipo de Junín. Tiene lo indispensable: amor propio a prueba de desesperanza. Cuando anda de capa caída, se recupera. Cuando aplaza, se recompone. La derrota por 3-0 contra Ferro fue un espejismo: Sarmiento va al frente contra sus propios temores, típicos de la humildad del pago chico.
Apenas empezado el partido, Sarmiento avanzó con decisión. Un zurdazo de Nicolás Sánchez golpeó un poste. Al rato, la apertura del marcador: otro zurdazo, desde afuera, de Ramiro López, fue inalcanzable para el Ruso Rodríguez. El balón apenas rozó en Tula: ni eso le sale a Independiente.
Pudo definirlo rápido Sarmiento, pero sufre de pecados de juventud, de inexperiencia en el fútbol grande. Prefirió ser, por momentos, un espejo de su gran adversario, hoy borroso y laberíntico. Nadie agarró la pelota. Ninguno la capturó, la abrazó, la conquistó. Nadie levantó la mano: el aula roja, en silencio. Ni Montenegro, con su ascendencia, ni Pisano, con su juventud, ni Insúa, más tarde, con su experiencia. Para peor, Tula volvió a pasarse de revoluciones. Otra expulsión. Con todo en contra, Independiente mostró un tibio orgullo.
Pocho entró entre pesadillas: un balón perdido por él encontró mal parado a Independiente. De zurda, Ignacio Cacheiro creó un golazo de lunes feriado por la noche. Una joya que cerró el partido. Atención a todos: Sarmiento está vivo.
Independiente, en cambio, está de rodillas. No lo salva De Felippe, que en cualquier momento pega el portazo. No lo salvan los viejos caudillos, no lo salvan las jóvenes promesas. Desangrado en lo institucional, sin un peso partido por la mitad, recortada la esperanza al límite de lo que sugiere el diccionario, el viejo Rey de Copas está a punto de venderlo todo. No tiene un mango, ni en la tesorería ni en el campo de juego. Debe, cuanto antes, darse cuenta de en dónde está parado. Es la única manera de empezar a volver.
La mala racha del Rojo. Independiente alcanzó los ocho partidos sin victorias. Boca Unidos (1-1), Aldosivi (0-0), Atlético Tucumán (1-3), Independiente Rivadavia (1-2), Huracán (0-1), Banfield (3-3), Villa San Carlos (0-0) y Sarmiento (0-2) fueron los rivales a los que el conjunto de Avellaneda no pudo vencer. El último éxito data del 9 de febrero, cuando el Rojo venció 2-1 a Brown de Adrogué.
(Fuente: Diario La Nación)